miércoles, 5 de agosto de 2009

1.58 mts.

Desde que era niño, siempre ha habido una característica física sumamente notoria que me diferenciaba de mis compañeros, incluso ya entrando a la vida laboral. Bueno, en si toda mi fisionomía me hace ser un bich raro, no lo niego. Pero de todo ello, si algo ha marcado mi vida es el ser el más chaparrito de la clase.

Al menos para mi, no significó gran cosa en la primaria. Mi estatus de "ratón de biblioteca" poco tiempo me daba para dedicarme, por ejemplo, a tratar de que me escogieran en los equipos de basquet, o para ayudar a alcanzar los papalotes atorados en los árboles, ni mucho menos para acarrillar a nadie (me hubieran dado tremenda patiza).

La cuestión fue entrar a la pre-adolescencia. Muchos aun recordamos con vividez la dinámica que se vivía en las escuelas secundarias federales, donde comenzaban a establecerse las jerarquías entre los compañeros. A la mayoría, la genética los favoreció con los cambios físicos acordes a su edad, y claro, aquellos más fornidos y de estatura adecuada eran los que dominaban y le daban en la torre a los no tan agraciados. Claro, yo era uno de ellos. Y no hubiera significado mucho, de no ser porque este hecho entraba en concordancia con otro fenómeno: como todo preadolescente, el sexo opuesto comenzaba a interesarme, y claro, las niñas preferían al fortachón y no al zotaquito con cara de niño, que en ese entonces ni siquiera un esbozo de bigote tenía. (Inserte aquí música de violines).

Ya fuera del drama de la adolescencia, hay ocasiones en que estar chaparro no ayuda en mucho. No alcanzas los estantes del autoservicio, tienes que usar una escalera para cambiar un simple foco, cualquier persona que sobrepase el 1.60 mts. de estatura se te hace demasiado alto, teniendo que verlo hacia arriba. La tortícolis está a la orden del día. Otra cosa es que es casi una odisea ver sobre los hombros de multitudes grandes. En el último concierto al que tuve oportunidad de ir, tuve que estar de puntillas la mayor parte del tiempo, pues dos enormes mastodontes frente a mi me imposibilitaban ver el escenario. Pero algo bueno tuvo: ahora tengo pantorrillas de acero. ¡In your face, life!

Ya hablando en serio, este fenómeno va más alla de un simple comportamiento aislado. Si hay algo que caracteriza a una persona, sea del extracto social que sea, de religión o nivel socioeconómico cualquiera, es sin duda alguna la estatura. Ya sea en el arte del flirteo, al estar frente a un público o en una situación cualquiera, una estatura promedio o por encima de ello, según opinión de muchos sociólogos, determina el éxito, sobre todo, porque significa una primera impresión favorable basada en un estereotipo sociocultural y antropológico que proviene desde los inicios más arcaicos de la humanidad.

Aunque capitalizar una ventaja de este tipo no siempre es beneficio de muchos. Decía Sir Francias Bacon: "La cabeza de muchas personas de alta estatura se parece a las casas: el piso más alto es el peor amueblado". ¿Han notado que en gran cantidad de personas altas, la estatura es indirectamente proporcional a la inteligencia? No piensen mucho en ello: entre sus conocidos deben de haber dos o más torres que no den una a la hora de tener una conversación, resolver un problema, o simplemente, pensar sin que les duela la cabeza.

Al menos, ya no lamento que no me hayan dado mi Danonino cuando estaba chiquito (bueno, chiquito sigo siendo; quise decir cuando era niño). Llega a tener sus ventajas: cabes en cualquier parte, no te golpeas en las ramas bajas de los árboles, y aun puedes hablarle como niño chiquito a tu chava sin que te escuches como retrasado mental. XD



Saludos cordiales a todos.











Me fui.

2 comentarios:

deshabitado dijo...

Tengo muchísimo que decir sobre esto... más porque por esa discriminación que sufren los "bajitos", o solamente, "bichos raros", a unos les dieron las armas para discriminar y generalizar a aquellos que no se ven en esas situaciones -como yo-.
Yo podré cambiar un foco, pero mi cabeza no es tan alta como para alejarla de mi corazón. Quizá eso no me haga resolver un problema a la primera, pero tampoco me enajena de saber que algo está mal.

En fin, cosas que se guardan.

Hay cosas que no a todos favorecen y que por alguna razón, nos joden tarde o temprano. Ya sea la actitud, la pendejez o el físico.

Si alguien que no fuea tú hablara de esto, le rompería el hocico.
(Tal vez no a golpes pero metafóricamente no lo volvería a abrir).

deshabitado dijo...

(Se me olvidaba):
Pobrecitos todos.

Ya casi me creo eso de que todos tienen lo que se merecen: nada.