domingo, 2 de agosto de 2009

Sabor a vida II

- ¿Y si no hubieras salido de ese accidente?
- ¿A que te refieres?

Bajo mis sábanas rasposas, ella aun acariciaba mi pecho, todavía sudoroso por nuestro encuentro. Su desnudez me cobijaba y me daba una paz que tenía tiempo sin sentir. Su pierna derecha envolvía las mías, y el cosquilleo de mi vello le causaba pequeños espasmos a veces.

Habíamos pasado toda la noche haciendo el amor. Ninguno digo palabra alguna. Dejamos que nuestras manos, labios, sexos, dijeran todo aquello que se había callado. Todo parecía un sueño, donde su sonrisa, su mirada en éxtasis y sus caricias eran los protagonistas de ese metraje que aun recuerdo muy vívido. A veces reía, a veces lloraba despacito, callando sus sollozos al besarme. Eso me desconcertó. Pero poseímos el uno al otro como si fuera el último día.

Bajó su mano, y pude sentir como escribía su nombre en mi abdomen. Sin embargo, pude darme cuenta que tras su pregunta había más que seriedad. No la dejé responder cuando le dije:

- No tengo miedo a morir.
- No me refiero a eso.

Vi ese chispazo… sabía que estaba molesta…

- Hace mucho que me hice a la idea de que podía dejar este mundo en cualquier momento, que…
- ¿No lamentarías dejarme?

Su pregunta me desconcertó. Hasta ese momento, no sabía que ella sentía algo por mí, además de la amistad que, a pesar de tener poco, había crecido al grado de ser mi confidente, mi hombro donde llorar, la escucha que me confortaba. Y ahora, eso había cambiado en el momento en que hicimos el amor. Ya no éramos amigos. No sabia que decir…

- En primera, hasta hoy no sabía que sentías algo por mí. Además, todo sucedió tan rápido, que dudo que me hubiera dado cuenta de que iba a morir. No se por que crees que…
- Estás aquí, tú lo dijiste. Y además, aquí conmigo. ¿En serio no te das cuenta? ¿De verdad no eres capaz de sentirlo, de apreciar la vida, de apreciar este momento, de quererme solo un poco y hacerte a la idea de que tienes otra oportunidad? Porque si lo viera como tu lo ves, ni siquiera me hubiera cruzado por la cabeza el haberte besado, y haberte confesado que te quiero como la estúpida que soy. Si no eres capaz de eso, está bien. No me queda más que pensar como tu. Y descuida, ya no me preocupa, ya veo que estás de lo mejor. Solo me diste un susto.

No dije nada. Traté de ver por la ventana. Apenas amanecía, y pequeños ases de luz cruzaban las ventanas desnudas, donde a través de ellas se apreciaban a las primeras personas del día, ajetreadas y semidespiertas, ajenas a la idea de la muerte, del amor, de la vida. Me puse a pensar en ellos mientras ella se vestía, y sin mirar hacia atrás, salía de mi casa, de mi vida.

Me levanté, y me dirigí a la ventana. La vi cruzar la calle, subir a un taxi e irse. Me llegó un mensaje a mi celular que solo decía “Adiós”. Era su número. Sabía que ya la había perdido.

Seguía clareando, y mucha más gente cruzaba las calles, ajenos los unos de los otros. Me vi entre ellos, incapaz de sentirse, de conectarse, menos de verse o de compadecerse. Incapaces de ser humanos. Tal vez yo estaba igual de muerto que ellos, y posiblemente lo estaba mucho antes del accidente. Fui incapaz de reconocer la vida incluso cuando llamó a mi puerta, cuando cruzó el umbral de mi casa, cuando me besó en los labios. Incluso cuando me hizo el amor. Fui incapaz de retenerla antes de que se me fuera de las manos.

Fue una de tantas veces que lamenté estar vivo.
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DM

02/Agosto/'09

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